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El Peso de la Suerte (I)
Primera parte de un relato sobre la suerte y la seducción de lo desconocido, que ha sido co-escrita por un humano y una IA. ¿Qué harías tú para cambiar tu suerte? ¿Hasta dónde llegarías?
Andrés andaba perdido. Con la mirada cansada y su barba descuidada desde hacía días, caminaba bajo la lluvia implacable que regaba las calles de la ciudad. En su mano sostenía un boleto de lotería empapado, que había resultado ser otro intento fallido de cambiar su suerte. Sus hombros caídos y su ropa desgastada eran un triste recordatorio de su pasado esplendor.
Había pasado de ser un hombre próspero y optimista, con una vida llena y emocionante, a frecuentar bares de mala muerte para pasar el día y lamentarse constantemente de su mala suerte. Se había convencido de que su vida estaba arruinada y que la única explicación era que había sido víctima del azar; de fuerzas misteriosas y caprichosas que lo habían arrojado al abismo de la desgracia, del que ya no podría salir.
Sabía en qué lugar estaba, pero andaba perdido en la vida. Continuó su trayecto por las calles empapadas y miró entonces la hora en su viejo reloj de agujas. Cualquier día de estos, sus correas de cuero desgastadas se partirían y lo perdería, a saber dónde. Era lo único que le había dejado su padre, para recordarle que "un hombre de bien siempre llega puntual".
Suspiró al darse cuenta de que llegaba tarde a su cita en la oficina de empleo. Pero no importaba mucho; no conseguiría trabajo en ese deprimente lugar. Así que se dirigió a uno de esos bares de mala muerte que le servían para refugiarse de la dura realidad. Mientras se entregaba a su veneno favorito, recordó los buenos tiempos.
Años atrás, Andrés había sido un comerciante exitoso y su presencia irradiaba confianza y ambición, cualidades que lo habían llevado a la cima. Su negocio había florecido y había logrado ganarse el respeto de sus colegas y clientes, quienes lo consideraban un visionario y un triunfador. La vida le iba muy bien. Todo cambió cuando una serie de eventos desafortunados ocurrieron en extraña sucesión. En un abrir y cerrar de ojos, su vida se había desmoronado como un castillo de naipes arrastrado por el viento. Sus inversiones se habían esfumado, sus socios lo habían traicionado y dejado sin negocio y su esposa lo había abandonado, dejándolo sumido en un abismo de desesperación y amargura.
Andaba perdido en estos pensamientos del pasado, cuando, de repente algo lo trajo de vuelta al presente de forma abrupta: una mujer exuberante entró por la puerta, atrayendo la atención de todos en el bar. El sonido de sus tacones de aguja golpeando el suelo era lo único que resonaba en el repentino silencio del lugar. Su vestido negro ceñido acentuaba su figura esbelta, y su largo cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros desnudos. Sus ojos verdes tenían un brillo antinatural.
La mujer se detuvo en la barra y pidió un trago. El eco de los tacones cesó y el barullo del bar volvió a la normalidad, poco a poco. Andrés, hipnotizado, no podía dejar de mirarla.
Mientras la mujer hablaba con el cantinero, Andrés volvió a su vaso e intentó ignorar la conversación, para seguir sumido en sus pensamientos depresivos, recordando su mala suerte en la vida.
Sin embargo, al cabo de unos minutos, una extraña sensación lo forzó a prestar atención de nuevo a la mujer. Algo en las palabras de la desconocida había llamado su atención.
—¿Conoces la leyenda de la moneda de la suerte? —preguntó la mujer al cantinero con una voz sugerente.
—No, nunca he oído hablar de eso —respondió éste, absorto en su trabajo, limpiando un vaso sucio una y otra vez.
—Dicen que quien posea esa moneda será imbuido con una suerte increíble, pero a un precio muy alto. Debe ser aceptada voluntariamente, y el poseedor deberá vivir con el peso de la suerte y con las consecuencias de sus decisiones —explicó la mujer, con un tono misterioso en su voz.
El cantinero levantó la vista del vaso y la miró con escepticismo.
—¿Y tú crees en esas leyendas? —preguntó, incrédulo.
La mujer sonrió sutilmente.
—No siempre es cuestión de creer, sino de estar abiertos a otras posibilidades ¿no crees? —respondió, dejando la pregunta en el aire.
Andrés, que escuchaba atentamente, frunció el ceño, intrigado por la historia. Con curiosidad y cautela, se acercó a la mujer y se sentó en el taburete de al lado, intentando disimular su profundo interés.
Ella se giró lentamente y sus ojos verdes se clavaron en los de Andrés, al tiempo que su cara dibujaba una sutil sonrisa.
—Disculpa, no pude evitar oír lo que estabas diciendo —comenzó Andrés, intentando parecer casual—. ¿Es eso cierto? ¿Existe realmente esa moneda de la suerte?
La mujer se inclinó hacia él sin dejar de mirarlo. Sus ojos tenían algo que inquietaba y atraía, a partes iguales. Tras un par de segundos de silencio, sus labios, de un rojo intenso, se curvaron en una amplia sonrisa.
—Sí, es cierto. —susurró al oído de Andrés— Pero no puedo hablar más de eso aquí. Si quieres saber más, sígueme.
Andrés sintió un gélido escalofrío recorrer todo su cuerpo; era como si algo le hubiera robado de repente todo el calor corporal. Se quedó mudo.
La mujer se levantó del taburete con una gracia felina y se dirigió a la puerta. Sus movimientos eran fluidos y elegantes, y su vestido negro ceñido ondeaba suavemente a su paso, mientras dejaba ver un exótico tatuaje en su espalda, que se perdía bajo la tela de satén del negro vestido. El murmullo del bar pareció disiparse a medida que ella andaba y los tacones marcaban el paso, dejando un rastro de fascinación a su paso. Todos los ojos parecían seguirla, pero ninguno osaba interrumpir su marcha.
Andrés volvió en sí y sacudió la cabeza. Se levantó de su taburete, sintiendo el peso de sus años y las preocupaciones en sus hombros encorvados. Se puso su abrigo gastado y suspiró, lleno de una mezcla de curiosidad y nerviosismo, mientras salía y dejaba atrás el ruido y el humo del bar.
Al llegar a la fría noche miró a un lado y al otro. Encontró a la mujer misteriosa apoyada en la pared junto a la puerta, mirando al infinito. La débil luz de una farola cercana iluminaba su silueta, acentuando su belleza y el aura de misterio que la rodeaba. Sus ojos se encontraron, y Andrés sintió otra vez un escalofrío recorrer su espina dorsal, como si supiera que estaba a punto de embarcarse en un viaje que cambiaría su vida para siempre.
La mujer le dedicó una cálida sonrisa y comenzó a caminar, invitándolo a seguirla con un ligero movimiento de su mano. Andrés, tras dudar unos segundos, echó a andar tras ella, dejándose guiar por las calles oscuras y serpenteantes de la ciudad.
La mujer caminaba con paso decidido y no pronunciaba palabra. La tenue luz de las farolas proyectaba extrañas sombras en las paredes, creando un ambiente estremecedor. Andrés sentía que su corazón latía con fuerza en su pecho. A pesar del temor que lo invadía, la curiosidad lo impulsaba a seguirla. No podía resistirse al extraño magnetismo que emanaba de ella, y estaba dispuesto a enfrentarse a lo desconocido con tal de conocer la historia de la moneda.
Finalmente, llegaron a un rincón oscuro y apartado, lejos de las miradas indiscretas. Allí, la mujer se detuvo y se volvió hacia Andrés. Sus ojos verdes brillaban ahora con una intensidad sobrenatural.
—Mmm, me llamo Andrés—balbuceó él, nervioso y sin mucho más que decir.
—Lo sé —dijo ella con voz suave, sin intención de decir nada más.
—¿Y tú? ¿Cómo te llamas? —preguntó Andrés, tratando de parecer calmado.
—Pocos conocen mi nombre. Es mejor así —respondió ella, mientras deslizaba una mano por sus cabellos, dejando en el aire un aura de misterio aún más profundo.
Andrés se estremeció una vez más, tal vez no sólo de frío. Decidió que era un buen momento para abrocharse el abrigo y mantener las distancias con la mujer.
Ella fue la que se acercó peligrosamente a Andrés en ese preciso instante.
—Antes de contarte más sobre la moneda, quiero preguntarte algo, Andrés. ¿Por qué deseas tanto obtenerla? ¿Qué esperas conseguir con ella? —inquirió con curiosidad.
Andrés se tomó un momento para reflexionar sobre la pregunta. Su deseo de poseer la moneda había sido algo impulsivo, pero ahora que lo pensaba, en el fondo anhelaba recuperar la vida que había perdido y salir de su pozo de mala suerte.
—Supongo que... quiero cambiar mi suerte —respondió con sinceridad—. He perdido todo lo que tenía y quiero recuperar mi vida.
La mujer asintió lentamente y procedió a contarle una historia:
—He podido conocer a muchos portadores de la moneda de la suerte a lo largo del tiempo —comenzó con un tono sombrío en su voz—. He observado cómo, uno tras otro, cosechaban riquezas y éxito gracias a ese poderoso objeto que altera el azar. Pero no todo era tan brillante como parecía al principio. Todos y cada uno de ellos se enfrentaron al peso de la suerte y pagaron un precio muy alto por lo que les brindó la moneda: algunos perdieron a sus seres queridos, otros se volvieron aislados y solitarios, todos vivieron con la constante sensación de que sus elecciones los perseguían como fantasmas, incapaces de escapar de las consecuencias de sus actos.
Hizo una pausa y suspiró, con una expresión de tristeza en su rostro.
—No importaba cuánto intentaran disfrutar de sus vidas, la sombra del pasado siempre estaba presente, recordándoles que todo lo que habían conseguido no era mérito propio, sino producto de la influencia de la moneda. Y ese conocimiento les carcomía el alma, llenándolos de un vacío y una insatisfacción que nunca lograban superar. Por eso te advierto: si decides usar la moneda de la suerte, debes estar preparado para enfrentar las consecuencias de tus decisiones y el peso de las responsabilidades que conlleva.
Andrés la escuchó atentamente. Después de un momento de silencio, reunió el valor para hacerle la pregunta que le carcomía por dentro.
—¿Cómo puedo encontrar esa moneda? —preguntó, ansioso por encontrar la forma de cambiar su destino— quiero recuperar mi vida anterior y me da igual el precio.
La mujer lo miró a los ojos, escrutando su alma una vez más y le respondió:
—Puedo ayudarte a encontrarla esta misma noche, si es lo que deseas…
Andrés asintió, dispuesto a correr el riesgo. La mujer retomó entonces la marcha, adentrándose en la noche y conduciendo a Andrés hacia lo desconocido.
La mujer se movía con una elegancia y sensualidad irresistibles. Su cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros, y sus ojos brillaban con un fulgor enigmático. Andrés no podía evitar sentirse atraído por ella, pero también percibía un aura de peligro a su alrededor, que lo instaba a mantenerse a cierta distancia.
Llegaron juntos a una calle donde las luces de las farolas no lograban iluminar lo suficiente como para andar tranquilo. Se pararon frente a un antiguo edificio, cuyas paredes desgastadas y ventanas rotas reflejaban el abandono y el olvido. Con cada paso que daba, Andrés sentía de nuevo un escalofrío recorrer su columna vertebral, pero la esperanza de cambiar su vida y la perturbadora presencia de la mujer lo impulsaban a seguir adelante.
Una vez dentro del edificio, la mujer le tomó de la mano y guió a Andrés por una escalera en espiral hasta un oscuro sótano. Allí, en el centro de la habitación, había un altar de piedra iluminado por la luz de la luna que se filtraba a través de una pequeña ventana. Sobre el altar, un viejo libro de aspecto misterioso yacía abierto, mostrando un rito incomprensible para ojos inexpertos.
Con voz suave, la mujer explicó a Andrés que el ritual requería desprenderse de un objeto personal valioso. Algo que sirviera de nexo con el tipo de suerte que buscaba. Andrés se tomó un momento para reflexionar y finalmente decidió entregar su viejo reloj de pulsera de cuero, heredado de su padre. Era el símbolo perfecto de aquella época pasada de esplendor y buena suerte.
La mujer tomó el reloj con delicadeza y lo colocó dentro de un antiguo cofre de madera que reposaba en el altar. Mientras cerraba el cofre, recitó unas palabras en un idioma desconocido para Andrés. La tensión en la habitación aumentaba, y Andrés sentía que el aire se volvía más denso y pesado. Y ella más radiante y sobrenatural.
Cuando la mujer terminó de pronunciar las palabras, abrió nuevamente el cofre. Para sorpresa de Andrés, en lugar del reloj, ahora había una moneda antigua y grande, con símbolos extraños grabados en su desgastada superficie. La mujer le entregó la moneda y le dijo con un susurro que ahora poseía un poder que cambiaría su vida para siempre.
—Recuerda, Andrés —continuó la mujer—, este poder puede ser tanto una bendición como una maldición. Úsalo sabiamente y no te dejes llevar por la oscuridad. Sólo tienes que lanzar la moneda al aire y ver qué te depara la suerte. Pero déjame que te dé un consejo: la moneda no te garantiza una vida mejor, solo te ofrece la oportunidad de enfrentarte a tus decisiones y aprender a vivir con ellas. Las elecciones que hagas serán las que definan tu vida, no la suerte que la moneda pueda traerte.
Dicho esto, la mujer se alejó con una gracia enigmática, desapareciendo en las sombras de la casa, dejando a Andrés sólo mientras miraba fijamente la moneda en sus manos.
(continuará…)
¿Qué es lo que has leído?
Es la primera parte de un nuevo relato que estoy escribiendo e ilustrando con ayuda de las IA (más información en Escritor&IA)
Todo comenzó con este prompt:
Evidentemente, después ha habido mucho trabajo de refinado, mucha re-escritura y mucho encaje de escenas, pero la idea original es totalmente de chatGPT.
Como siempre, os anticipo en esta lista los trabajos que estoy haciendo, por si queréis ayudarme a elegir el final de la historia o a cambiar algo que veáis que no encaja.
La parte II, que es el desenlace de la historia, está ya casi lista, así que daos prisa 😉
Os leo en comentarios.
El Peso de la Suerte (I)
Interesante el trabajo de la IA en la forma de escribir. Lo probaré con alguna idea para ver cómo resulta.